Adaptarse a la nueva vida…
Sabido es que la llegada de un hijo a un hogar supone cambios y ajustes en la dinámica familiar, más aún si es el primer hijo, allí nos enfrentamos a vivencias y sentimientos nunca antes experimentados. Recordemos que los primeros tiempos de vida serán de mutuo y doble conocimiento y sincronía, es decir de los papás con el niño y el bebé hacia sus papás. El recién nacido demanda la mayor parte del tiempo, y nos lo hace saber a través de su llanto (siente hambre, experimenta dolores u otras sensaciones, es decir todas sus necesidades). A todos estos cambios se enfrentan los noveles padres, y como toda adaptación necesita gestionarse con tiempo y paciencia, no estando exento este camino, de estrés, irritabilidad y nerviosismo.
Necesidades…
Es bien importante poder entender las necesidades del otro, ya que muchas veces las miradas se centran sobre la mamá, pero no sólo ella sufre cambios, el hombre también cambia su perspectiva. Muchos padres, con la llegada de un hijo, adquieren un mayor grado de responsabilidad y comienzan a sentir miedos hasta ese momento desconocidos. A la vez, podrán sentir “cierto desplazamiento” ya que en estos momentos la prioridad y el primer lugar lo ocupa el recién llegado.
Empieza la crianza…
El tiempo va pasando, y debemos centrarnos en un concepto que ya se ha tratado y es el de la CRIANZA, que se inicia tempranamente con acciones que se van tomando en función de las necesidades de nuestros hijos. En este proceso, los padres cumplen un rol fundamental. El niño recién nacido necesita permanentemente la presencia de sus figuras parentales para poder desarrollarse tanto físico como emocionalmente. Su inmadurez le impide satisfacer por sí mismo sus propias necesidades y por eso la presencia de los adultos es crucial. En el proceso de crianza, se van tejiendo los vínculos entre padres e hijos: los primeros años de vida de un niño, sus experiencias tempranas, su fragilidad y receptividad al mundo que lo rodea, son pilares fundamentales para su futuro desarrollo tanto físico como psicológico, además de su personalidad futura.
Límites…
Un concepto destacado que comienza a tener protagonismo tempranamente y es base de la convivencia entre padres e hijos y pares, son los primeros aprendizajes de límites. Son para poder dominar sus impulsos. Establecer un límite es una cuestión de autoridad, pero no de autoritarismo. No se trata de una descarga de gritos e insultos, sino que funcionan como un marco de confianza, de contención y de seguridad para el niño. Cuando le decimos a nuestro hijo “no” es porque todas sus demandas no son pasibles de satisfacción inmediata. Es necesario el No y un tiempo de espera que se contrapone a la inmediatez. Es muy importante también que en el tema de la instauración de ciertos límites estos lo sean desde una postura compartida y coherente de los adultos. Si un “no” de la mamá se transforma más tarde en un “si” del papá por la insistencia del niño, estará recibiendo un doble discurso que lo conducirá indefectiblemente a una confusión. La instauración de un límite primero los enojará, y luego los tranquilizará. Debemos respetar su enojo, no acosarlos, sosteniendo en todo momento nuestra postura y no emitiendo dobles discursos. De esta manera, nuestros hijos aprenderán a socializar, a formarse como personas autónomas, con reglas que les permitirán insertarse en la sociedad y a su vez a relacionarse con los demás.
De todo esto se conforma la crianza. Del respeto a nuestros hijos como individuos únicos, conociendo su ser interior, compartiendo todos los momentos de felicidad posibles, porque de eso se trata la vida, de esos instantes que quedarán por siempre en nuestra memoria familiar.
Lic. Sandra Jegerlehner
PSICÓLOGA
pssandra@adinet.com.uy